viernes, 18 de febrero de 2011

Triciclos y camioncitos



Han desaparecido.¿Se extinguieron?. ¿Dejaron de ser moda? ¿Fueron reemplazados?.En algún recodo del camino del tiempo quedaron estacionados. Juntando el moho del olvido.
Los autos, camiones o colectivos atados en el extremo de un hilito y que eran alegremente arrastrados por las veredas y plazas ya no están. Ya no acompañan a los chicos, ni torturan el paso de los adultos. Recuerdo haberme tropezado, por última vez con alguno hace unos treinta años atrás. Eran tiempos en los que cualquier distraído quedaba enganchado entre la mano del nene y el juguete, por una cuerda casi invisible.
Y claro, me veo a mi mismo seleccionando entre un camioncito volcador de chapa o una auto "Duravit" para acompañar a mi mamá al mercado. Aquella ceremonia de elegir tenía tanta importancia como la de escoger una remera o un pantalón cosas que, en aquellos años nunca correspondían a los chicos.
Después, en la calle, sobrevenían los problemas habituales de este particular estilo de tránsito. Mirar a cada rato para atrás a ver si el autito seguía sobre sus cuatro ruedas o avanzaba arrastrándose penosamente de costado. Vigilar que nadie lo patease o se enganchase con el cordel. Tratar de hacerlo pasar sobre charcos de agua y recortes de césped evitando las "caquitas" de perros y la trampa de las alcantarillas que pudieran acabar engullendo a nuestro seguidor compañero.
Cruzarse con otro "conductor" era todo un acontecimiento. Mirábamos recelosos el vehículo ajeno y después hinchábamos el pecho y le imprimíamos mayor velocidad a nuestro paso buscando impresionar al rival.
Para cruzar una calle había dos opciones. La más inaceptable era alzar el juguete y cruzarlo como si fuese un perro faldero. Esta maniobra violaba nuestra imaginación. No la tolerábamos. Para nosotros el camioncito era un camión. Y tenía que seguir andando sobre el piso. Si lográbamos nuestro propósito, debíamos agacharnos para bajarlo al asfalto y luego subirlo de nuevo a la vereda. Los que venían caminando detrás nuestros, chochos con aquellas obligadas frenadas en seco...
Sin embargo, lo peor que nos podía pasar era que no hubiese hilo en la casa. Ni el de la envoltura de unos ravioles, ni uno viejo de la Navidad pasada. Ni un mísero piolín. Ni un viejo cordón de zapatillas. Eso frustraba nuestros planes de raíz y sobrevenía el berrinche y una complicada negociación entre los adultos y nosotros. Todo terminaba cuando se acordaba la aplicación del Plan B: salir con el triciclo.
El triciclo... Otro dinosaurio extinguido de nuestra niñez. ¿Quién no aceleró alocadamente por las veredas desiguales generando melodías entre las ruedas y las baldosas? Manejábamos el triciclo sin mirar demasiado. Concentrados en la vereda que pasaba por debajo nuestro, desatentos a cualquier obstáculo (peatones incluidos) que se atravesaban en nuestro camino. ¿Habrá sido una escuela de conductores? Es probable. Muchos manejan autos hoy como si todavía montasen el triciclo y la mano de mamá bajase para ayudarlos a doblar o detenerse...
En la plaza eran inevitables las "picadas" entre dos o más triciclos. Para terror de palomas y jubilados, surcábamos las veredas a toda velocidad, siempre al borde de caernos de cara al piso, perdiendo zapatillas en el pedaleo o enganchando ruedas y generando accidentes de entre los que salíamos llorosos y con rodillas raspadas. Los "tricicleros" eramos rivales, pero también socios en la angustia y la envidia cuando frente a nosotros aparecía algún karting y su conductor, nos miraba con desdén mientras nos dejaba atrás solo preocupado en pedalear y no tanto en mantener el equilibrio.
Hace un par de semanas, caminando por Parque Centenario me encontré en un puestito de compra-venta con un camioncito volcador como el que yo tenía. Rojo, con el volquete amarillo, la chapa un tanto doblada y picada, con las ruedas negras, con un círculo interior pintado de blanco... Les explique a mis hijos y, claro, me miraron extrañados. Había en sus rostros una mezcla de incredulidad, pena. y aburrimiento. Ellos están convencidos que hubieran muerto de hastío si hubiesen nacido como yo en 1963 cuando la palabra internet no existía y el único que tenía computadora era el Batman de Adam West
Creo que no se extinguieron. Ni fueron reemplazados. No. Los camioncitos y los triciclos fueron olvidados. Eran una tradición que pasaba de generación en generación y la nuestra simplemente no la trasladó a sus hijos. Entonces, para ellos, escucharnos hablar de tales juguetes y costumbres resulta tan curioso como cuando les contamos que antes, para cambiar el canal del televisor, había que pararse y darle la vuelta a un sintonizador. Ciencia Ficción... pero al revés. "¿Cinco canales nada más?", preguntan asombrados. "Si, y a las doce y media de la noche se terminaba y no empezaba hasta las siete de la mañana siguiente?", rememoramos.
No lo pueden creer.
Bueno, ellos, de todos modos, también se van alejando del televisor. Poco a poco la web está desplazando a otro gran amigo de nuestra infancia. Seguramente sus hijos les preguntarán un día "¿Qué monitor tan raro?" Y ellos -nuestros hijos de hoy, los padres de mañana- deberán explicarles que ese "monitor" es un Sony de 29 pulgadas con el que se veían 79 canales. No creo que terminen de exponer toda la idea. Escucharan una carcajada o, simplemente, verán que ya no les están prestando atención.
Está bien.
Se lo merecen.