lunes, 3 de enero de 2011

Enero, el Peor de Todos


Acá estamos. Bajo la implacable democracia del sol que nos achicharra a todos por igual. Soportando la térmica -que subraya las pantallas de televisión en un furioso rojo que anuncia 38- y la otra térmica, la que dos por tres salta porque el ventilador del abuelo hizo pasar los modestos límites de consumo previstos para la casa.
Este es enero. Enero. El mes más largo del calendario anual.
Es mentira que tenga 31 días. Enero tiene, por lo menos 45... En parte porque compensa los 15 de menos que tiene diciembre. Ese diciembre que siempre aparece regado de bondad y sonrisas, ese diciembre que nos imaginamos envuelto en celofán brillante, con un moño encima. Un mes chico, que dura solo hasta el 20. Después entramos en una vorágine de saludos, encuentros, llamados, mensajitos, chateos, salidas apresuradas a comprar algo, abrazos con vecinos a quienes ni miramos el resto del año.
Diciembre saca lo mejor de nosotros. Sentimientos enmohecidos por culpa de piquetes, aumentos, problemas laborales y/o conyugales, frustraciones... Pero, de repente, diciembre se va con su alegría a otra parte y nos deja en manos de enero.
No es difícil imaginar a enero como un tipo grandote, con una musculosa que permite ver brazos enormes y cargados, tronándose los dedos mientras sonríe con una boca demasiado llena de dientes. Enero nos mira con ojos inyectados de falsa bondad, con ojos que anticipan el calvario a sufrir por quienes no pactaron sus oportunas vacaciones para huir de él.
En un par de horas enero nos devuelve el malhumor anual que el bondadoso diciembre licuó entre frizze y sidra. Hay menos gente en las calles, si. Pero el ritmo es lento, cansino. Agobiados por la temperatura y porque el cuerpo parece estar atado a un ancla clavado en el asfalto, nos deslizamos penosamente por entre restos de bengalas, bolsitas vacías de maní con chocolate, restos duros de pan dulce y otros descartes post fiestas. Hay gruñidos, miradas torvas, pocos levantan la cabeza, nadie saluda al vecino. ¿Sonrisas? No. ¿Palmadas en la espalda? Nada.
Enero castiga demoledor anunciando el año que ya empezó. "¿Buen fin y mejor principio?", se ríe con un vozarrón que quiebra nuestros nervios como cristal fino. "¿Qué se cumplan todos tus proyectos?", se burla agitando una copa invisible en el aire.
Las hojas diarias de nuestras agendas ya están llenas de compromisos. Hay tachaduras, enmiendas, flechas que suben y bajan, subrayados, recuadros, remarques en amarillo flúo. Enero ya está en marcha. Y nosotros caminamos delante de él, mirando cada tanto por sobre el hombro, inquietos y asustados. Enero. El peor de todos. Llegó para quedarse. Y como pasa con algún pariente, no se sabe bien cuándo se irá...