jueves, 26 de agosto de 2010

Hombres de cierta edad: Igual a nosotros


¿Cuántas diferencias habrá ente un hombre que vive en Estados Unidos y otro que vive en Argentina? ¿Muchas? ¿Pocas? Pero las hay, sin dudas. De arranque nomas, un estadounidense desayuna huevos revueltos, jirones de tocino y jugo de naranjas, mientras que nosotros preferimos un mate amarguito con cremona... Pero, ¿y a la hora de encarar la vida?
Desde hace un par de semanas el Warner Channel emite una serie que se llama "Men of certain age" ("Hombres de cierta edad") que narra la historia de tres amigos que pasaron la línea de los 40 años y deben enfrentar el día a día desde esa óptica. Cada uno de ellos es diferente a los otros dos, pero tienen puntos de coincidencia entre si. Y también se parecen a cualquier trío de amigos argentinos en la misma situación. Veamos...
Joe Tranelli. es dueño de una especie de bazar, recientemente separado, con una hija adolescente y un hijo entrando en esa franja de la vida, amante de la música de los 80 8con la que aturde a empleados yclientes de su negocio), frustrado jugador de golf y adicto a las apuestas. Joe debe enfrentar la reciente separación de su mujer y admitir que "la vida sigue". El problema es que su inseguridad le hace ver señales que no sabe interpretar. Si una mujer le sonrie, ¿quiere tener una aventura con él? Si le presentan a una chica, ¿hasta dónde debe avanzar? ¿Debe seguir respetando a su esposa? ¿A quién recurre para resolver estas cuestiones? a sus amigos, claro...
Owen Thoreau Jr. tiene otras cosas con las que lidiar: Pese a ser un imponente hombre de piel oscura, es más simpático que temible y está lleno de dudas también. Tres hijos pequeños, una casa a medio construir, una esposa cariñosa (que muchas veces lo atosiga con su amor y lo mete en problemas) y un empleo que no es nada sencillo: trabaja en la concesionaria de su padre, un tipo que no perdona errores y lo trata como el peor de los empleados. Owen hace equilibrio como sostén económico de la familia para llegar a fin de mes, mientras trata de entender cómo sus dos amigos pueden vivir sin parejas estables.
El tercer integrante del trío es Terry Elliot, un ex actor que apenas si ha conseguido papeles menores y que trabaja -cuando quiere- en una oficina a la que llega tarde invariablemente. Elliot es un "Romeo" incurable. Siempre conquistando chicas -mucho menores que él- vive sin ataduras emocionales y suele despertar algo de envidia en Joe quien, en ocasiones, sigue sus consejos al pie de la letra buscando imitarlo.
En el programa (cuyos 12 capítulos de la primera temporada se emiten los martes a las 22 por el Warner) los tres amigos se juntan para almorzar en un bar de comidas rápidas y allí intercambian sus vivencias. Hablan de cremas para aliviar paspaduras, de chicas, de dilemas morales como prohibir o no que los hijos de Joe chateen o que el padre de Owen haga un comercial de la concesionaria mostrando como "hijo" a un empleado y no al propio Owen...
No es difícil sentirse indentificado con alguno de los tres. Y aún quienes no hayan llegado a pasar la raya de los cuarenta, probablemente entiendan lo que les pasa a estos tres "hombres de cierta edad"
Si tienen cable -mientras no sea expropiado- y tienen ganas, inviertan una hora del martes en ver la serie. Ray Romano, Andre Braugher y Scott Bakula son tres amigos a los que vale la pena invitar a casa.

domingo, 22 de agosto de 2010

Quería decir...: El A B C de la violencia

Vivimos tiempos tristes en Argentina. Tiempos de inseguridad. Tiempos de miedo. Tiempos de incertidumbre. Y no se trata de cuestiones relacionados a los físico, al temor de ser asaltados, atropellados o asesinados. También coexistimos con el terror de ser lesionados moralmente, de recibir una agresión que no tenga forma de piedra o bala, sino que sea una palabra, una determinación, una acción que nos cambie la vida para siempre.
Viajar, salir, quedarse, hacer o no hacer, todo es inseguro. Pero mucho más de los común. Ya no se trata de la ley de probabilidades. No se trata de que nos toque o no estar en determinado lugar, en determinado momento, para que algo nos suceda. La violencia en la Argentina escapa incluso para lo que pueda medirse a través del azar.
Hay un ABC básico de la violencia. Adolescentes. Bancos. Colectivos. ¿Son los únicos? No, claro que no. Estos tres son los ejes de la cuestión en cuanto a lo físico. El daño moral va pegado a cualquiera de estos tres. Es el "bonus". El (maldito) premio.
Hay una porción de adolescentes que vive poniendo en riesgo su vida y la de otros. Es comprensible que en ese laberinto en el que las hormonas nos ponen después de los doce años, los caminos siempre parezcan confusos y que la única "certeza" sea tener esa sensación de poder, de ser invencible, inmortal. Esta engañosa omnipotencia por la que todos pasamos algunas vez, engaña. Entonces algunos (por ejemplo) se toman, liberalmente, "hasta el agua de los floreros". Tequila, vodka, cerveza, vino, ginebra... No importa la calidad. No hay límite para la cantidad. ¿Y después? Después uno toma otra cosa: un arma. Y dispara. Muere él o muere otro. El saldo de todos modos es trágico. ¿Los amigos? No saben a quien culpar. Se esconden detrás del "todo pasó en un segundo". Claro. En un segundo fatal. Y un segundo que pudo haberse evitado. Más si luego alguien desliza que la víctima o victimario "temía problemas con el alcohol. Se descontrolaba. A veces hacía bromas o se metía a correr en medio del tráfico". Jaja. Qué divertido. Miren como le tocan bocina los conductores tratando de eludirlo. ¿Saben que pasa si lo atropellan? Van presos. Y a juicio. Y lo tienen que pagar por bueno, como suele decirse.
Entrar al banco aunque sea buscando cambio en monedas para viajar se ha convertido en una aventura de espías y pistoleros. Hay que mirar fijo al cajero. Ver si nos mira fijo a nosotros. O si hace alguna seña o algún guiño raro. También hay que estar atentos a los que están parados frente a los cajeros automáticos como muñecos desconectados a la espera de una orden. Y hay que mirar si alguien entra (o sale) atrás nuestro. Si nos sigue veinte metros por la vereda, cruzar. O correr. O ponerse a gritar. O arrodillarnos y extender las manos ofreciendo las míseras monedas suplicando que no nos disparen. "Tomen. Llevénlas. Yo voy caminando." ¿Comprar dolares? ¿Renovar un plazo fijo? ¿Cobrar la jubilación? No. Esa tarea requiere del alquiler de un par de custodios de esos que vemos en las películas y suelen decir "El perímetro está asegurado"
Llegar a la parada del colectivo tiene, en cambio, el romanticismo de los filmes de acción al estilo Indiana Jones. Hay que esquivar al 94 que dobla a toda velocidad, dejar pasar al 112 que nos roza la nariz con uno de sus estribos traseros, y perseguir y alcanzar al 9 que acelera para sortear el semáforo en el que ya luce el amarillo. ¿Fin de la misión? No. La diversión recién empieza... Hay que tratar que la máquina no haga saltar las monedas enloquecidamente como si fuesen pulgas en el lomo de un perro pelado, o que las devuelva igual que un tobogán sin frenos. Cuando por fin el pasaje ha sido abonado, viene la complicada tarea de tomar con uñas bien afiladas el minúsculo boleto que -sabemos bien- un día de lluvia o por culpa del sudor perderá rápidamente toda la (supuesta) información vital que posee. El resto del viaje será, por suerte, apenas un vaivén de aceleradas y frenadas y de giros dignos de una centrífugadora para entrenar astronautas. Ah, y no hay que olvidarse de estar parado lejos de las puertas y hablar por celular con las ventanillas cerradas o mientras el colectivo se mueve. No sea cosa que un arrebatador (interno o externo) se tiente...
¿Pasan más cosas? Si. ¿Hay mas modos de violencia? Si. Pero por hoy con este ABC (Adolecentes, Bancos, Colectivos) tenemos suficiente. Pero no lo duden. Podemos completar el abecedario. Y varias veces.