martes, 13 de julio de 2010

La eliminación del triunfalismo periodístico deportivo

Se fue el Mundial. Pasó el mes que nos iba a tener pegados al televisor viendo partidos que durante otra época del año no hubiesen merecido nuestra mínima atención. Adiós a la tiranía de vivir con el horario-FIFA condicionando nuestro ritmo de vida. Y adiós también all triunfalismo periodístico deportivo con el que fuimos castigados mientras Argentina avanzaba en el torneo.
No es mi intención caerle duro a los jugadores de la Selección Nacional, ni a Diego Maradona. Ni siquiera se me ocurre hacer alguna crítica a la conducción de la AFA… No en este momento. En todo caso en este tiempo post-Mundial, apto para la reflexión y al análisis son otros (mejor capacitados y autorizados que yo) quienes deben indagar acerca de las razones por las que un equipo tan bien valorado desde el plano económico, dio tan pocos dividendos en Sudáfrica. Lo que pretendo poner en debate es otra cosa.
Me gustaría focalizarme en la manera en que se cubrió la actuación de Argentina en el Mundial. De cómo se “vendió” cada una de las presentaciones del equipo de Maradona y, junto a ella, se comentó el desempeño de sus jugadores.
Para empezar sorprendió la amnesia colectiva que atacó a la comunidad periodística deportiva en general, tanto a quienes estaban en Sudáfrica como a los que apoyaban las transmisiones desde aquí. De golpe y porrazo nadie recordaba el lamentable rendimiento de Argentina en la eliminatoria mundialista. Las actuaciones individuales flojas, el nulo visitando a Bolivia… todo eso quedo borrado. Desaparecido mágicamente apenas el Mundial se puso en marcha. ¡Y ni hablar tras la victoria inaugural frente a Nigeria! A partir de ese momento la cuestión principal parecía ser si nos cruzaríamos funcionamiento colectivo, la enorme cachetada en contra del 1-6 con Brasil en la final o no. Mientras tanto las loas desbocadas hacia Lionel Messí ocuparon páginas y pantallas de manera permanente. Casi asfixiante. ¿Juego de equipo? ¿Funcionamiento? No, nada. O muy poco. Apenas algún sobrevuelo a ambas cuestiones.
Desde mi escepticismo me pregunté:¿jugo tan bien Messi? Encontré tantas respuestas positivas que, de la boca para afuera, opté por un prudente silencio. Y mientras veía pasar partidos (el buen arranque de Alemania y Holanda, la pobreza de costumbre de Italia, el flojo debut de España) pensé que Argentina podía llegar a tener buenas chances de pelear por el título. Necesitaba crecer como equipo, asentarse, tomar confianza de la mano de buenos resultados. No me dí cuenta del contagio hasta mucho después.
La goleada ante Corea del Sur, el triunfo “caminando” frente a Grecia, pusieron al equipo de Maradona en los octavos de final donde debía cruzarse con México. Para entonces algunas grietas en el discurso súper-ultra-hiper optimista empezaban a notarse. Por caso se reconoció que el cuadro mexicano sería el primer rival “importante” que tendría la Selección Nacional. Y vaya si lo fue… Una atajada providencial de Romero y el travesaño ayudaron a conservar el “cero” en una defensa que temblaba más que La Momia de Titanes en el Ring. Después, por supuesto, se ganó 3 a 1 (alevoso gol en off side incluido) y con una muy buena tarea de Messi. No, perdón. No de Messi. De Carlos Tevez. A quien pese a los dos goles –el segundo un golazo- se lo calificó con un “8” ¿Y Messi? Otra grieta en el discurso esperanzador de nuestros predicadores deportivos: se reconoció que no había jugado bien. Alguno fue más allá y no solo remarcó que llevaba cuatro partidos sin meter goles, también apuntó a que su rendimiento iba decayendo conforme la competencia avanzaba.
Entonces. en el horizonte argentino se levantó Alemania.
Y el Mundial terminó.
0-4. Una de las peores derrotas “albicelestes” en los Mundiales.
Pero algo positivo salió de este traspié. La mayoría de los periodistas recuperaron la memoria y fueron capaces de recordar que el equipo argentino jugaba mal. Que sus futbolistas no rendían como lo hacen (o dicen que hacen) en sus clubes. Hasta se levantaron cuestionamientos hacia el técnico por haber “borrado” a la “Brujita” Verón (hay “aroma” a qué pasó algo raro ahí, ¿no?) Obviamente se le cayó con fuerza a los “obreros” de siempre: esta vez Otamendi, además de Heinze y Demicheli, fueron los más castigados. Aunque debo reconocer que Di María recibió lo suyo (¿tendrá él la culpa de que alguien pague 40 millones de euros por su pase?) y hasta se aseguró que Messi no había tenido un buen Mundial.
¿¿¿¿Cómo???????? Un momento. Una semana antes había escuchado decir que solo le faltaba el gol, que era la gran figura del torneo, que bla bla bla bla. ¿Qué había sucedido? ¿Error o panquequismo puro? No. Desde acá defiendo a mis colegas. Fue un error. “Vieron” lo que no existía mientras el equipo ganaba. “Vieron” la realidad a la hora de hacer un balance tras una derrota.
Entonces recordé un error similar cometido por el periodismo en 2006, en Alemania. Aquella vez, tras clasificar a cuartos de final, se insistía con que era “el Mundial de Riquelme”. Cuando vino la eliminación a manos de los alemanes, el análisis que se hizo fue que “Riquelme tuvo un Mundial discreto” ¡Epa! Lo mismo que sucedió ahora. Con otros jugadores, pero casi con los mismos periodistas.
No existe la objetividad. Todos lo sabemos. Y ni estas líneas son objetivas. Pero, ¿tanto cuesta moderar un poco los elogios? ¿Qué necesidad tenemos de que Messi sea el mejor del mundo? ¿Para qué? Si antes de Maradona nunca lo tuvimos e igual dábamos batalla, jugábamos bien y ganábamos. ¿Cuál era el problema de reconocer que la Argentina de Maradona era un simple conglomerado de jugadores caros sin mucho plan táctico que los sostenga? En todo caso apostábamos a eso y punto. Listo, ¿qué problema?
Pero no. Había que cargar tintas sobre Messi para que una vez más nos estrellemos con la realidad: hay uno que juega en Barcelona y parece que no es este que se pone la celeste y blanca. Faltan socios, adujeron algunos. ¿Socios? Agüero, Verón, Higuaín, Milito, Di María, Pastore, ¿son “pica piedras”? ¿No juegan bien? ¿Qué hay que hacer? ¿Nacionalizar a Pedro?
Vamos, por favor. Pero lo del juego de Messi vale desarrollarlo otro día…
Quizás la respuesta sea muy simple: compramos elogios. Los compramos barato porque hoy en día cualquier jugador del planeta puede destacarse con un par de meses de regularidad. Entonces entra al mercado futbolero, su carita aparece en la playstation, en el FIFA 2010, en perfumes, zapatos, lanchas, condones, cervezas… El negocio, el marketing se los come y son “buenos” aunque jueguen mal o, en el mejor de los casos, son “buenos” con un par de pinceladas por partido. Claro, después pasan por el Mundial como Cristiano Ronaldo o Lampard y uno piensa (con razón) que cualquiera de los dos se hubiese ido puteado un sábado a la tarde de Mataderos o Rafaela
Pero no. En Europa no. Al menos eso nos “venden” quienes relatan la Liga Inglesa como si los jugadores fuesen dioses olímpicos o que hablan maravillas de las actuaciones de los futbolistas argentinos en España, Italia, Hungría o Moldavia. Ahí nos “venden” que son infalibles. Y todos merecen elogios. Son enormes, fantásticos, insuperables, inimitables, talentosos, excelentes, etc, etc, etc.
Después, cuando los vemos en el examen que hay que rendir cada cuatro años, el triunfalismo periodístico deportivo no alcanza para sostenerlos por mucho entusiasmo que pongan en la apertura de la transmisión o en las notas y comentarios entre partidos. Porque cómo decía Angel Labruna “En la cancha se ven los pingos” Y eso, lo que pasa en la cancha, sigue siendo lo único que vale en el fútbol. Digan lo que digan.