viernes, 2 de julio de 2010

¿A usted nunca le pasó?:


LAS LINEAS ENEMIGAS



La casa era de madera y estaba a unos doscientos metros más o menos. Hugo podía ver su lateral cuando las explosiones la iluminaban tiñéndola de rojo y amarillo. Pero, ¿era una casa o una capilla? Un rato antes, en medio del fulgor de una detonación, le pareció ver alzarse por sobre el techo, una torre fina rematada en una cruz. “Casa o capilla, qué importa”, se dijo Hugo, con los ojos al ras del suelo, enterrado hasta las rodillas en el barro de la trinchera. Si, le daba lo mismo. Allí dentro encontraría refugio y calor. Quizás debiera esperar el final del bombardeo encerrado en el sótano –si es que tal sótano existía- pero cualquier cosa sería mejor que aguardar a cielo abierto que una bomba le cayera encima. Miró a la derecha. El cadáver de su compañero yacía boca abajo, con la mano tomando estérilmente el fusil. Hugo se lo quitó y se pasó la correa por el hombro. Se acomodó el casco, respiró hondo y se aprestó a saltar fuera y correr. Correr por su vida. Como venía haciendo desde hacía… ¿cuánto? No se acordaba. Ni tampoco le importaba.

“No te olvides de llamar al cable” –la voz de Viviana llegó flotando en la noche y estalló iluminándola. Poco a poco el barro bajo sus botas se deshizo. El cuerpo de su camarada muerto se volvió polvo. La casa (o capilla) se transparentó y desapareció. Hugo entreabrió los ojos. Su mujer lo miraba desde la puerta del dormitorio. “El cable. No te olvides”, amonestó con gesto de mamá enojada. Hugo gruñó una respuesta que lo mismo podía ser conformidad o insulto. Viviana se marchó dando el portazo de todos los días.

Se preparó un café y caminó hasta el living para buscar la revista de cable. La encontró al costado del sillón, adónde la había abandonado él mismo la noche anterior tras aburrirse haciendo zapping con el control remoto en busca de un programa que le interesase. Cuando por fin lo encontró (una película de guerra que empezaba 22.35) sólo pudo disfrutarla por veinte minutos. La señal se cortó y no volvió. De nada valió montar guardia por una larga hora frente a una pantalla gris. La acción en Vietnam se estaba desarrollando sin Hugo como testigo. Marchó a la cama rumiando su desazón. Ahora, mientras pasaba las hojas buscando el número de teléfono se le ocurrió que su subconsciente le había dado un premio consuelo al permitirle soñar con una historia bélica en donde él era el protagonista.

Con el número ya localizado, fue por el inalámbrico y marcó la larga combinación que lo pondría en contacto. Sin embargo antes de terminar, cortó. Recogió el control remoto y oprimió el “on”. La pantalla seguía gris. Sonrió dándole un sorbo al café. A la pasada su mente había considerado la posibilidad que su esposa, Viviana, le estuviese jugando algún tipo de broma cruel diciéndole que llamase a la empresa de cable cuando, ella ya había verificado que el servicio se encontraba normalizado Apretó “off” y recogió de nuevo el teléfono. Mientras se derrumbaba en el sillón terminó de marcar los once números. Tras dos llamadas una voz femenina comenzó a hablar:

“Multicablex le da los buenos días. Si usted quiere contratar nuestros servicios, marque el “1”; si ya es cliente, marqué el “2”

Hugo, obediente, pulsó el “2”

“Si desea adquirir el pack de “Cine especial” con tres canales exclusivos en los que podrá ver estrenos al mismo tiempo que en el cine, marque “1”; si le interesa asociarse a la promoción “Fútbol de Europa” con la que podrá disfrutar de los torneos de España, Italia, Alemania, Inglaterra y Finlandia, marque “2”; si su llamada responde a otro tipo de necesidad, marque “3”

El pulgar de Hugo oprimió el ·”3” mientras bebía la segunda mitad de su café.

“Si quiere conocer el monto y fecha de vencimiento de su factura, marqué “1”, si desea adherirse al débito automático para poder participar del sorteo de dos pasajes ida y vuelta a Cancún (no-incluye-estadía-ni-alojamientos-ni gasto-alguno-que-pueda-realizar-el-ganador-del-sorteo-y-su-acompañante), marque “2”; si su llamada es por otro motivo, marqué “3”

Hugo resopló mientras escogía el “3”

“Si quiere conocer nuestra programación al instante, marque “1”; si quiere recibir en su celular los horarios de sus programas favoritos, marque “2”; si quiere hacer alguna consulta con el área técnica, marque “3”

“Por fin”, pensó Hugo marcando el “3”

“Si recibe imagen sin audio, marque “1”; si recibe audio sin imagen, marqué “2”, si no recibe ni imagen ni audio, marqué “3”

Hugo pulsó ferozmente el “3”

“Aguarde y será atendido por uno de nuestros operadores”. A Hugo la voz le pareció ligeramente decepcionada, pero ¿era posible? El mensaje estaba grabado. ¿O no? Una melodía estridente comenzó a sonar obligándolo a alejar el teléfono de su oído. Tomó el último sorbo de café y aguardó pacientemente los siguientes dos minutos. Entonces la música se cortó… al igual que la comunicación. Hugo se quedo perplejo, mirando el teléfono mudo como si se hubiese transformado en un anco

Los siguientes siete minutos de la vida de Hugo fueron una repetición de los que ya había vivido momentos antes. Un nuevo paseo por los laberintos del contestador automático de su operador de cable, con su pulgar oprimiendo el “2” o el “3” hasta que, finalmente, desemboco en la salida a su consulta. Y una vez mas la voz de la chica le pareció resignadamente fastidiosa. “Aguarde y será atendido por nuestros operadores”. Alertado por su memoria, alejó el oído del teléfono apenas escuchó los primeros acordes de aquel repiqueteo que casi lo había dejado sordo la vez anterior. La tortura auditiva esta vez se estiró un par de minutos mas. Entones resurgió la voz de la chica (¿un poco mas animada ahora?) para anunciarle triunfalmente que “Multicablex le agradece que se haya comunicado con nosotros. Nuestros operadores están atendiendo a otros clientes: aguarde por favor” Y la horrible melodía volvió a atronar en la línea por otros tres minutos. .

La paciencia de Hugo se iba agotando. Su mente, poco a poco, comenzó a recrear el sueño que interrumpiera Viviana aquella mañana. Otra vez estaba hundido en el barro, con el casco calzado sobre las cejas, los ojos pegados al nivel del piso, contemplando la casa (¿o capilla?) doscientos metros adelante.

“Multicablex le agradece…”, volvió a decir la chica-robot. Hugo gritó un par de “hola, hola” antes de comprender que seguía sin hablar con un ser humano. Cortó y volvió a marcar.


Hacía ya media hora que intentaba reclamarle al servicio de cable. Era la tercera vez que desandaba el camino de opciones y números. Otra vez estaba en la “etapa musical” de aquella comunicación que no le comunicaba con nadie. Fue entonces cuando, inesperadamente, una voz masculina se hizo presente al otro lado de la línea.

“Buenos días, me llamó Sergio, ¿en que lo puedo ayudar?”, preguntó solícito. Hugo se repantigó en el sillón y empezó a explicar atropelladamente el motivo de su llamado. “Dígame el numero de cliente”, pidió Sergio. Hugo se quedo mudo.

“No lo sé”, atinó a balbucear.

“Si tiene la factura a mano podrá verlo en el margen superior derecho dentro de un rectángulo amarillo. Es un número de tres cifras seguido de un guión y con otros seis números a continuación”, algo en el tono de Sergio denotaba un aire a superioridad que pegó duro en la paciencia de Hugo.

“No tengo la factura a mano, te doy mi nombre y apellido y los buscas en tu computadora, ¿si?”, alegó.

“Dígame su número de teléfono, señor”, contraatacó Sergio.

Hugo se lo dijo.

”Ahora su DNI, por favor”, requirió Sergio. Hugo se lo dijo. ¿Es usted el titular?”, insistió Sergio.

“Si no fuera el titular ¿ qué sentido tendría que perdiese cuarenta y cinco minutos de mi vida tratando que me atiendan?”, rezongó Hugo. Deseaba tener un fusil en sus manos para ir hasta Multicablex y encargarse de Sergio, la chica-robot y del que había seleccionado la música de espera

“Un momento, por favor”, se disculpó Sergio, y antes que Hugo pudiese volver a protestar, los acordes infames de la melodía revienta-oídos ya lo estaban aturdiendo otra vez.

Pasaron dos minutos hasta que la voz de Sergio se dejo escuchar de nuevo.

“Gracias por esperar. Lo transfiero al departamento de Técnica””, anunció antes de volver a dejarlo oyendo aquellos acordes cacerolescos.

Pasó otro par de minutos. En ese lapso Hugo estuvo tentado de volver a cortar. Pero antes de hacerlo encendió el televisor y al ver la pantalla oscura su desaliento creció.

“Buenos días, soy Santiago, ¿en qué puedo ayudarlo?”

“¿Sos del departamento de Técnica?”, desconfió Hugo.

“Si señor, dígame qué necesita”, insistió Santiago.

“La señal se cortó anoche a eso de las once y todavía no volvió”, explicó Hugo aliviado

“¿Me podría dar su numero de cliente, por favor?”, reclamó Santiago con voz paciente.

“Pero… -Hugo no encontraba palabras- Ya se lo di al otro muchacho. –no era cierto, claro, pero ¿qué diferencia había? ¿No sabían ya quién era él?

“Si señor, lo entiendo, pero mi terminal no está conectado con el de los operadores… -la explicación de los problemas técnicos que aquejaban a Santiago se perdieron en el espacio. Hugo ya era incapaz de prestarles atención. Cuando oyó que el muchacho hacía silencio repitió que no tenía la factura a mano, que podía darle su número telefónico o el de su documento de identidad. Santiago aceptó ambos datos y luego –por supuesto- puso a Hugo en espera. Para su sorpresa, la música era diferente. Al menos los de “Técnica” tenían un gusto musical algo más refinado.

Tres minutos después volvió Santiago.

“Nuestra señal está llegando correctamente a la zona donde usted reside. ¿Verificó bien las conexiones interiores de su televisor con el cable alimentador?”, la pregunta era maliciosa. Hugo presintió la trampa.

Se levantó del sillón y fue hasta la TV. Lentamente se asomó por encima para ver si el cable estaba conectado o tirado en el suelo. Estaba conectado. Estiró el brazo y lo tocó. Estaba firmemente conectado.

“El cable está bien”, informó triunfal… sin saber por qué estaba tan contento.

“Entonces debe haber algún problema con el aparato”, aventuró Santiago.

La sangre de Hugo acabó por hervir. ¿Qué era todo aquello? ¿Cómo se atrevía aquel mocoso anónimo a desconfiar de las bondades de su televisor? ¡Y llamarlo “aparato”! Aparatos eran ellos que tenían una máquina que ablandaba la mente de los clientes y una música que los aturdía. Esos eran aparatos. Aparatos de tortura para quebrar las voluntades, para hacerlos caer de rodillas y obligarlos a rogar por algo por lo que pagaban puntualmente. Y a un precio bastante elevado, además. Iba a responder duramente cuando oyó que la comunicación volvía a cortarse. Y, al mismo tiempo, la mente de Hugo se tiñó de gris, como la pantalla sin señal de su televisor…

Hugo estaba otra vez en la trinchera, sordo por los bombardeos, enceguecido por los fogonazos, viendo a la distancia la pared lateral de la casa-capilla. ¿Había una inscripción sobre las tablas? Si, eso parecía. Podía vislumbrar una “M” y también una “u” y una “l”, pero el resto era imposible de leer. Dos siluetas tapaban las letras siguientes. No. No eran dos. Eran tres. Dos hombres y una mujer. Sergio y Santiago y la chica-robot, seguramente. Estaban esperándolo. Le hablaban, Hugo veía que lo miraban y movían los labios. Seguramente le estaban pidiendo el número de cliente. No lo tenía. No importaba. Tomó el fusil de su compañero muerto y saltó fuera de la trinchera.

Una música ensordecedora y enloquecedora tapó el retumbar de sus disparos.

Mate Plateado



Te conservo mate lindo
porque fuiste de mi Tata
con tu virola de plata
conquistaste hasta los gringos
cuantas veces los domingos
te brindaste al amigo
solo vos sos el testigo
de tantas conversaciones
y por tantas ilusiones
nunca te echaré al olvido.
Mientras Dios me dé vida
siempre estarás conmigo
en el rincón mas querido
con tu bombilla torcida
siempre listo en la partida
brindando tu buen sabor
aliviando así el dolor
de algún mal pasajero
siempre fuiste el primero
en la amistad y el amor.
En la mano de una dama
parecía mas sabroso
te hacian mas mimoso
si llegaba hasta la cama
hoy mis versos te reclaman
las memorias de un pasado
nunca serás olvidado
mientras exista un fogón
por eso va mi canción
mi lindo mate plateado.

Esto que acaban de leer es obra de un poeta aficionado. Un entrerriano de Gobernador Mansilla que se llamaba Luis Martini, padre de mi estimado amigo Omar. Fue él quien la acercó a este espacio para compartirla con todos nosotros. Gracias Omar.