lunes, 7 de junio de 2010

¿A usted nunca le pasó?: La boleta


Julián se despertó aquel día como todos los días. Se duchó, desayunó, consultó la agenda donde prolijamente anotaba sus compromisos diarios… y descubrió que vencía la cuenta del celular. ¿Y dónde estaba la boleta? La buscó debajo del elefantito de cerámica que presidía la angosta vitrina donde el helecho se despeñaba como un flequillo verde mal peinado y no la encontró. Claro, no había llegado.

Su siguiente acción fue consultar con atención al cliente para averiguar por qué no le habían enviado la cuenta. Tras varios minutos de marcar números dictados por una voz electrónica se rindió. Apuró el ya frío café que se había servido y salió a la calle. Mientras iba hacia la parada del colectivo llamó a la oficina avisando que llegaría un poco más tarde.

Se bajó en Corrientes y caminó dos cuadras. Topó con el edificio dónde había comprado su aparato y lo encontró cerrado. Ni siquiera el gigantesco logo de la empresa estaba esperándolo. "¿Y ahora, para dónde?". Se sintió tentado a volver a llamar a la línea de consulta, pero desistió. A una cuadra de allí estaba la sede de la empresa telefónica central, una de cuyas ramas era la de telefonía móvil que Julián tenía contratada. Bajó el frió cartel de "Informes" una desganada muchacha le informó que la oficina que buscaba se había mudado a Santa Fe y Callao.

Julián salió a Corrientes sin una decisión tomada. Tras reflexionar un par de minutos optó por dirigirse a la dirección señalada. Era el día de vencimiento y estaba seguro que le cortarían el servicio si no pagaba puntualmente. Y si no lo hacían, lo más probable era que le cobrarían por la mora en el pago. ¡Nada más injusto! ¡Si él siempre pagaba puntualmente! ¿Por qué iba a tener que hacerse cargo de una multa cuando, en realidad, era la empresa quién estaba en falta al no enviarle la factura en término? El enojo le sirvió de combustible para caminar la veintena de cuadras que lo separaban de su nuevo destino.

Cuando llegó se encontró con un enorme local profusamente iluminado. Seis chicas estaban paradas en medio del hall de recepción interceptando a quienes entraban. Llevaban unas modernas palm sobre las que picoteaban con un delgado punzón vaya a saber qué datos. La que habló con Julián tenía el pelo corto (como las demás) y llevaba una sacó celeste sobre la camisa azul oscuro (como las demás). Le preguntó por el motivo de la visita y por el numero de línea. Si, ahí se podía pagar la factura sin problemas, informó. "Pero solo pago exacto", agregó levantando la vista de la pequeña pantalla que sostenía en sus manos. Julián, a quien la caminata había apaciguado un poco, sintió de nuevo que el objetivo que perseguía se le escapaba otra vez. La chica señaló una hilera de cajeros automáticos dispuestos contra una pared. "¿Tiene telecódigo? Si no lo tiene vaya hasta uno de los teléfonos de allá –señaló la pared de enfrente- y sin marcar ningún número dígale al operador el número de su celular para que…" Julián decidió cortar el chorro de instrucciones. "¿No hay un cajero-persona?", preguntó con una mezcla de enfado y desaliento. La chica pareció sorprenderse. ¿De dónde salía este dinosaurio que se negaba a utilizar máquinas para hablar y pagar? "Le pueden cobrar con tarjeta de débito o de crédito en el primer piso" y señaló una escalera mecánica que subía al fondo de la enorme recepción.

Mientras se encaminaba a ella su celular sonó. Tenía un mensaje. Era de la empresa de telefonía. "Para pagar su factura con tarjeta de crédito o de débito espere en la recepción del primer piso y lo llamaremos", informaba. Julián miró hacia todos lados cruzado por una brisa de paranoia.

En la planta superior había dos enormes pantallas de plasma. Una tenía sintonizado un canal de noticias apuntando hacia una veintena de sillas vacías. La otra mostraba nombres y apellidos y números. Julián observó que eran los clientes y el destino que cada uno tenía. Una pequeño ejército de empleados atendían en unas mesas de cristal pequeñas distribuidas en derredor del hueco de escalera.

Su nombre apareció de improviso en la pantalla junto al número 38. Ni se había movido cuando de nuevo su teléfono le informó que tenía un mensaje. Julián no se sorprendió al comprobar que el nuevo texto le indicaba que debía acercarse hasta el escritorio numero 38. Para entonces su paranoia había mutado al fastidio. "No me mandan la factura y, encima, me tratan como un opa", rugió interiormente.

Del otro lado de la mesa 38 había una joven que lo recibió con una módica sonrisa y una bienvenida igual de sucinta. "Buenos días, soy Vanessa, ¿en qué puedo ayudarlo?" Julián explicó el motivo de su presencia sin obviar el reclamo por la boleta que no llegó a tiempo, la travesía de dos kilómetros que le había insumido cuarenta minutos y los problemas en el trabajo que todo aquello le acarrearía. Vanessa movió el mouse inalámbrico, tecleó sobre el teclado inalámbrico y sin apartar la vista de su pantalla comentó que la factura se podía pagar "on line". Julián, mientras trataba de acomodarse en el alto y mínimo taburete replicó que él era un hombre "de papel", que le gustaba tener los comprobantes de pago. Vanessa asintió sin mucho interés. Pidió la tarjeta y un documento, cargó datos en la computadora, pulsó varios "enter" y devolvió ambas cosas a Julián. "¿Algo más?", preguntó mostrando, por segunda vez, la sonrisa modesta. "¿No me vas a dar un recibo?" ,aventuró Julián sabiendo de antemano la respuesta. "No, pero si quiere puede imprimir la factura ubicándola en nuestra página, doble ve doble ve doble ve…" Julián abandonó el taburete donde apenas si había podido posar medio cachete y se despidió de Vanessa. Mientras iba hacia la escalera mecánica aguardó a que su celular sonase otra vez mostrando un nuevo mensaje de texto que anunciara, quizás "Su pago ya está registrado" o "Vanessa le desea buenos días". Pero no.

En la planta baja atravesó al grupo de chicas-palm que seguían hablando con los clientes sin alzar la cabeza de sus pantallas y salió a la calle. Miró a ambos lados y eligió la izquierda. Camino tres cuadras, dobló, avanzó dos cuadras más, volvió a doblar… Por fin encontró lo que buscaba en una esquina: un bar cargado de madera, con los ventanales cubiertos de letras fileteadas rellenas de colores, con un mostrador enorme en el que un mozo desganado se recostaba mientras hablaba con el hombre grueso que se encontraba detrás de la registradora igualmente gruesa. Pidió un café con dos medialunas. Le trajeron un pocillo minúsculo, dos facturas escuálidas y un vaso de soda de poca transparencia. Julián sonrió satisfecho. Aquel era un lugar terrenal. Un lugar para él. Lejos de teclas, voces electrónicas y mensajes de texto.

Cuando salía del bar, el celular volvió a repiquetear en su bolsillo. Era su jefe. "¿Vas a venir?", preguntaba escuetamente el mensaje. Julián no sabía si aquellas tres palabras significaban que lo necesitaban para algo importante o si estaban preocupados por él o si (simplemente) eran una amenaza encubierta.

A la noche, cuando volvió a su casa, encontró que la habían pasado la boleta del celular por debajo de la puerta.

3 comentarios:

  1. ME PONE MUY FELIZ EL PODER SER MIEMBRO DE MATECONCREMONA Y TENER LA POSIBILIDAD DE COMUNICARME PERMANENTEMENTE CON UN IDOLO COMO VOS

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  2. Excelente. Un verdadero aguafuerte de estos tiempos que nos tocan vivir.
    Así uno siente que no es un marciano, que hay miradas afines.
    Es la dictadura de lo virtual que hoy reina y que reparte verdaderas piñas de anonimato en el alma de todos.

    Abrazo y adelante!

    Daniel Goñi (again)

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  3. Que bueno es poder compartir unos mates con vos ( amargo pero calentito ) y poder seguir juntos en este camino virtual , te felicito por esta idea !

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